Los que me conocen o aquellos que al menos me han leído alguna vez, saben de sobra que no soy el mayor fan de Metallica. No me molesto lo más mínimo en ocultarlo. Sí, ya sé que para algunos son más grandes que la vida misma, pero a mí me aburren, chico, no lo puedo evitar. Obviamente, me gustan, y mucho, “Kill ‘Em All” y “Ride the Lighting", pero su discografía posterior se me hace, muy a título personal, relativamente prescindible. Es decir, podría vivir perfectamente sin todo lo grabado por Metallica del ’86 en adelante. Ahora bien, los años me han llevado a entender que esto es cosa mía y que Metallica, con cada paso que daban, marcaban tendencia. No me cabe la menor duda de que hay un antes y un después de cada nueva edición de los de San Francisco y que, cada vez que sacaban un nuevo LP, ponían la escena patas arriba. En agosto de 1991 lo volvieron a hacer. Salía a escena su “Metallica" y abrían, ya no sólo el thrash, sino el metal en general, al público masivo. De repente, teníamos a Metallica en todas las emisoras de radio y televisiones del mundo y aquel “álbum negro” llegó a vender la friolera de 30 millones de copias. Como es lógico, sus colegas vivieron todo aquello con envidia y, como dijo Scott Ian en su momento y hace poco nos recordó Lost, “todos buscaban su propio “black album"”. En su momento, repudié la mayoría de esos trabajos. Ahora, 30 años después, creo que ya estoy preparado para revisitarlos con otros oídos. Veamos qué ocurrió con el thrash metal tras aquella revolución provocada por los cuatro hombres de negro hace más de tres décadas…